Al volver descubro la magia de los placeres prohibidos a los que el tiempo ha ido dando permisos.
Ahora que ya no soy la niña que estuvo allí por primera vez y sin embargo en los ojos adultos destaca el brillo infantil de la curiosidad insaciable.
De la mano imaginaria del viento recorro tus pasadizos: venir, perderme y quedarme. El destino es la paz que sólo tú puedes darme. Venerar tus ruidos y encadenarme a tu silencio. Quisiera complicarme con tu complicidad, ser parte de tus muros o asediarte a besos con sabor a mar.
Al marcharme sé que no iré lejos. La distancia entre aquellos que se aman nunca es real, centímetros convertidos en kilómetros o años luz que se recorren en minutos.
Por todo lo que me ofreciste y me otorgaste sin condiciones, sólo puede haber una manera de saldar la deuda y es consagrarme a ti sin escrúpulos.
Lugar inerte que das vida y rompes la laxitud de las vidas muertas que sin querer arrastro. Es en tu espacio inalterable el mejor término donde empezar a cambiar.
El tiempo que se opone siempre a ser aliado, aquí, da un respiro. Una tregua para reflexionar. Me arropa con los mejores recuerdos, me deja recrearme en ellos sin límite de caducidad.
Aquí encuentro la respuesta a cerca de lo que creí (sin ser verdad) necesario, y sólo fue necedad.
Al marcharme descubro el dominio de los castigos, la madurez adversa, la realidad objetora, el abandono y la renuncia, la huida del alma en pena y las ganas, inmensas, de volver.
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