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miércoles, 3 de febrero de 2010

Como la urraca al oro

Con las uñas afiladas, sed de sangre en el pico recto, urraca...pájaro ingrato, con aires de águila harpía en tu vuelo. No te das cuenta que ni tu tamaño: inferior, ni en tu cuerpo menudo, ni tus colores previsibles dan lugar al equívoco. Ladrona y carroñera, capaz de utilizar a cuervos para que te despiecen las presas muertas. Zorra con alas. Zorra que vuela. Hoy el nido ajeno que revoloteas, dispuesta a picar los huevos te depara una sorpresa... El huevo más grande que sobresale en el centro es dorado, te posas en el borde de las ramas muertas entrelazadas cual placenta que envuelve las vidas que palpitan dentro, al tiempo que pliegas las alas. Picas primero uno de los huevos blancos, proyecto de poyuelo que aborta al aire pero mientras lo comes no te deleitas porque no le quitas el ojo al óvalo brillante del centro, impaciente, no ves el momento de llevártelo. Pesa mucho, demasiado... tienes que posarte dos veces en el suelo, antes de llegar a tu guarida en el lúgubre bosque sombrío. Cerca de tu nido vacío, aún no has hecho la puesta, entre las paredes de una montaña solitaria, en una grieta lo depositas y lo observas divertida. ¡Vaya premio! Futuro que fue, ahora es tu tesoro. Pero te puden las ansias, no eres capaz de observarlo simplemente, de contemplar callada su belleza, tienes que ir más allá picajosa pica pica. Y afilándote el pico te lías con tu martilleo, con ese propósito tan tuyo de destrozar lo preciado... mas el objeto es macizo, y al tercer golpe, tu piqueta y elocuencia se rompen en pedazos. El dolor es insoportable, y la supervivencia imposible... tus ojos lagrimosos, en tiernos parpadeos se van cerrando. La incomprensión te supera, se escapa, como tu vida entera y allí yaces junto a lo que fue tu triunfo y tu verdugo. La efimeridad, más que acompañar, condena al ser mezquino.