Sólo tú tienes la llave que colgaba de mi cuello enganchada a un cordón negro. La llave que puede abrir los anhelos, despertarlos. Desatar los deseos, liberarlos, liberarme... La que encierra mis sueños jamás contados y que al girar dentro de la cerradura oxidada que late, disipa dudas y resuelve acertijos.
No quise, pues fui yo quién te echó de mi vida entonces plena, ver cómo te marchabas, pero has vuelto sin ser llamado, espigado y decidido. Y ahora estás tan cerca que tu roce, otra vez, me hace temblar... admito entonces, es evidente, que te debo pleitesía pues me ciegas exultante, profuso en el valor que a mi me falta. Me arrodillo, rogándote que me devuelvas esa llave para aislarme de nuevo en mis lares confinados, conocidos y afianzados; y pedirte susurrando suplicante e intentando no llorar:
__ ¡Por favor, MIEDO, vuélvete a marchar!