Desde la invisibilidad más absoluta, escribo...
Desde la invisibilidad que me otorgan los iris con los que casual o intencionadamente me encuentro: verdes, azules casi translúcidos, miel, opacos tirando a negros, y que ninguno es capaz de dirigirme una mirada sincera, y me hacen sentir invisible a veces, y las otras restantes, diminuto.
Intento mantener la cabeza alta, una expresión cordial, la mirada firme y cercana, pero nunca hallo respuestas a mis preguntas en los ojos de quienes me cruzo. Ni siquiera un enlace de empatía, y si miro más abajo no me encuentro sus sonrisas amigables. No me topo con nada, es, como si no me vieran.
Y da igual como me vista, si camino recto o torcido, si me mantengo en equilibrio o caigo, nadie se acerca. No me siento desvalido, me siento impalpable, etéreo, un ser imaginable sacado de algún libro de fantasía, protagonista de un cuento limitado, que cayó en el olvido.
Desde la invisibilidad más absoluta, pienso...
Que quizá sea mi cometido mantenerme en pie casi como un ser inerte y permitir que los demás se apoyen para atarse los cordones de sus zapatos, para que choquen conmigo creyendo que han tropezado con algún adoquín levantado, para que apoyen su espalda en mi pecho si están cansados, para ser testigo mudo de besos y enfados.
Que la fortuna me esté esperando en cualquier esquina, pero que yo he elegido el camino equivocado, y avanzo siempre, pero en sentido opuesto.
El ser transparente no me ha traído más que complicaciones, quererme pone metas inalcanzables, frustrarme continuamente.
La invisibilidad que te forja una coraza de libertad enjaulada, de la que esperas que alguien te saque, somos muchos invisibles esperando que nos pinten y nos den la mezcla idónea de colores de la paleta que te haga ser visto, aunque no reconocido.