¿Quién disfruta del ungüento de cumplidos dulces resbalando hacia un tímpano mutilado por verdades que no fueron escuchadas?
¿Quién prefiere despojarse del ego humano y exhibir el espíritu ajado y sin retoques?
¿Quién se enfrenta a sus fantasmas sin escudo? ¿Quién puede vivir alimentando el odio?
Y en el repulsivo regocijo de la desgracia ajena, ¿quién decide habitar dentro del vertedero? Tú, que mereces el desprecio del rencor hediondo que rezumas.
Hay quienes eligen confiar en los malvados, contagiarse de ellos, engrosar su lista de enemigos y barruntar mentiras, inventar motivos, fingir que brillan con luz propia cuando son un vago vestigio de las sombras proyectadas de quien les susurra, o les grita, órdenes vandálicas, que como títeres acatan, dejándose llevar por la ignorancia, disfrazada de impulsividad colectiva.
¿Quién puede salvarse de una traición predestinada? El que ansía el aplauso de sus fechorías, a cualquier precio, con cualquier excusa, con la pena de gloria disfrazada, con el corazón tan oscuro que asusta, que provoca rechazo externo y regodeo propio.
¿Quién está dispuesto a crecer con las críticas? Aquel que está preparado para escuchar aquello que no le gusta y al terminar dice "gracias", el que conoce la humildad más allá de su significado porque la practica, y no confunde dignidad con soberbia, ni orgullo con necedad.
¿Quién tiene miedo? El que grita no tenerlo con aullidos tan histéricos como ambiguos, el que truca todos los flancos para tener siempre un puerto donde arrimarse si los postizos se quedan cortos, el que se envalentona ante los que reconocieron prudencia para gritarles: ¡cobardes! El que presume, y se jacta, y fanatiza con su doctrina de autosuficiencia frágil, diciendo que no necesita a nadie.