Las lágrimas que derramé, sobre aquel mantel de cuadros, nunca trajeron nada:
ni las sonrisas mutuas, ni los abrazos, sólo recuerdos que fueron agujas para un corazón que, creí, agonizaba.
Y los besos que esperé, se perdieron en tinieblas, y no quisieron volver, abonando tierra yerta, olvidaron su mensaje y yacen, desparramados, en mitad del laberinto, en el sitio de nadie.
Y la lengua quedó seca, como un pañuelo resignado y tendido, castigado en un desierto sin esperar que lo rescaten, condenado por olvido . El paladar agrio, donde hubo menta y chocolate, sólo revierte el sabor de los placeres marchitos de antes, y ya no queda dulzor...
Un después que viene. Un ahora que no está. Un ceño fruncido que enloquece por encarnarse. Un corazón dócil que latirá sin descansar y sin querer pararse, aunque un cerebro tirano lo maltrate.
En tu ceguera, quizá veas, dónde se esconden los suspiros por los sueños no cumplidos y que aun están por cumplir. Pero mis lágrimas, cóncavas y convexas, no volverán, condenadas están a morir disecadas, porque ellas distorsionan el camino y empañan la visión de las ilusiones que aunque no hayan venido, vendrán... cuando yo ya esté lejos...