Grande, inmenso, que abarcarlo con los ojos no puedo, tampoco quisiera, porque en lo desconocido están las sorpresas.
Aquí me espera, con la puerta de grandes arcos siempre abierta, con las garras afiladas escondidas. De día, con la sonrisa sincera de un niño pequeño. De noche: con el alma encendida, de algún demonio rojo de ira, cirrótico.
Y cuando estoy dentro, me expulsa, con sus prisas, sus malas caras, su olor a humo. Y cuando estoy lejos, me llama... con sonidos de ambulancia, con su vitalidad estremecedora, con la solidaridad de sus gentes que lo habitan por un sinfín de casualidades sus calles anchas o estrechas, recién hormigonadas o repletas de obras.
Siempre curiosa, se mueve y me empuja a balcones, a ventanas, a terrazas y desvanes. Desde sótanos y buhardillas. Hacia garajes, fincas con solera y museos, atravesando grandes fuentes, y me detiene en semáforos eternos.
Rectas, curvas, esquinas y recovecos que me invitan a perderme dentro, a salir sin darme cuenta.
Me cambia el destino constantemente, con rebeldía, me exaspera, me desespera. Y yo lo sigo queriendo. Con los reproches que siempre callo y sus mentiras, que siempre creo. Y aquí me quedo perpetua, pensando siempre en irme de nuevo.
5 comentarios:
Así son las grandes ciudades: las amas y las odias, y es difícil trazar la línea que separa amor y odio.
Muy bien expresado :)
besos
Cierto.
Me alegro que te haya gustado.
Besos.
La sutil línea que separa el amor del odio que sin embargo nos mantiene fieles.
Fantásticamente contado.
Amor y odio, como dos caras de una misma moneda, tan cerca y tan lejos a la vez, condenadas a estar juntas sin poder verse, tocarse o sentirse. La belleza de los imposibles, que a todos seduce, solo comparable con la de esta gran escritora.
Gracias, principito.
Un beso
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